En Colombia el fenómeno empezó en los albores de la década de 1990 a partir de la rivalidad entre hinchas de clubes de Bogotá, Cali, Medellín y la Costa Caribe , extendiéndose luego a otros lugares del país. A partir de este momento, comienza a reemplazarse el tradicional modo pasivo de asistir al fútbol en Colombia, por uno activo y protagonista del espectáculo. Dicho fenómeno trasciende los márgenes de los recintos deportivos, empezando a configurarse como tribus urbanas que marcan el territorio por medio de graffitis, y generan actos de violencia entre los distintos grupos.
En los inicios del siglo XXI las barras bravas colombianas han presentado importantes progresos en su organización, lo que les ha valido una mayor representación al interior de los clubes de fútbol, de los cuales consiguen entradas para los compromisos y patrocinios para viajes a nivel local e internacional. Sin embargo, a causa de este creciente poder, en algunos grupos se han presentado divisiones y disputas internas, las cuales han generado enfrentamientos violentos entre diferentes barras bravas de un mismo equipo.

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